07/11/2021 | Blog
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07/11/2021 | Blog
A pesar de ser una técnica común, no todo el mundo conoce sus orígenes. Hoy explicamos cómo el ser humano comenzó a insertar piezas dentales para mejorar su salud bucodental.
El primer implante del que se tiene constancia data del Neolítico, concretamente del poblado Fahid Suarda, donde se descubrió el cráneo de una mujer joven que presentaba la falange de un dedo alojada en el alvéolo del segundo premolar superior derecho.
En 1931 se descubrió en Honduras, en una zona antiguamente habitada por la civilización Maya, una mandíbula del año 400 d.C con tres fragmentos de concha introducidos en los alvéolos de los incisivos. Los estudios de la pieza determinaron la formación de hueso alrededor de los implantes, lo que indicaba que las piezas fueron colocadas en vida.
No es hasta este momento cuando el ser humano empieza a practicar la implantología con dientes reales. Un texto del médico y científico Abulcasis citaba que “en alguna ocasión, cuando uno o dos dientes se han caído, pueden reponerse otra vez en los alvéolos y unirlos de la manera indicada con hilos de oro manteniéndolos así en su lugar.” Los dientes eran donados por soldados, plebeyos y esclavos a demanda de nobles y militares, pero tras la larga lista de fracasos y el riesgo de contraer enfermedades, esta práctica cesó.
Gracias a la invención de la imprenta, múltiples teorías odontológicas fueron divulgadas. Durante siglos XVII y XVIII se ejecutaron varios intentos de trasplantes dentarios. Francia fue clave en este período, influyendo en Europa y América gracias a sus avances en salud bucodental. En esta etapa varios médicos comenzaron a desarrollar la práctica, descubriendo diversos materiales como el plomo, el iridio o la cerámica.
Podemos decir que durante el S.XX los expertos se centraron en encontrar el metal más idóneo para la práctica dental: el platino, el oro, el iridio o el plomo son algunos ejemplos de los materiales usados por los dentistas de la época. Sin embargo años después se demostró que muchos de los metales usados, como la plata, tenían propiedades tóxicas para los pacientes.
En los años 60 se realiza un punto de inflexión en esta materia, gracias a un descubrimiento clave. El doctor Brånemark y su equipo descubrieron, accidentalmente, un mecanismo con el que adherir un metal al hueso. Demostraron que el titanio puede ligarse firmemente al hueso, por lo que aplicado a la implantología podría ser una revolución para el sector. Este fenómeno se denomina oseointegración.
Desde entonces y hasta nuestros días se ha utilizado el titanio como manera de fijación, con una raíz en forma de tornillo para un mejor agarre, aunque esta medicina sigue en constante avance, con nuevas técnicas, herramientas y métodos implantológicos.
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